Existieron varios proyectos de construcción de un faro o farola en la península de Punta del Este. En 1855 Tomás Libarona le presentó al gobierno del Gral. Venancio Flores una propuesta de construcción de tres faros y una balsa de salvamento en el Banco Inglés (en realidad aspiraba a construir un faro en la isla de Lobos).
Ese mismo año Juan Baratta también presentó propuesta de construcción de farolas, aunque afirmaba que la farola que se pensaba establecer en Punta del Este lejos de favorecer la navegación convertiría en un escollo insalvable a la isla de Lobos. De ambas propuestas, la Comisión de Hacienda de la Cámara optó por la de Libarona, aunque nada se concretó.
Hacia 1857 Libarona dio inicio a las obras de construcción del faro de Punta del Este. Según Américo Pintos Márquez, en “El Cincuentenario” del diario “El Siglo”, los detalles del faro eran los siguientes: “Su torre es de piedra, tiene la forma de un cono truncado y una elevación de 24 m. 90 c. sobre el nivel del terreno. Es un faro de segundo orden, servido por un dióptrico “Fresnel”, cuya característica es la siguiente: Luz blanca fija con ocultaciones, visible 90 segundos. Eclipse 25 idem. La luz se ve en toda su intensidad durante 40 segundos, siendo su alcance luminoso de quince millas con atmósfera de transparencia media.
El plano focal se encuentra colocado a 40 metros de elevación sobre la pleamar.
Su posición geográfica es la siguiente:
Latitud S. 34° 58´ 15´´
Longitud O. 54° 56´ 57´´
Este faro pasó a ser propiedad del Estado en 17 de Noviembre de 1880 por haber caducado el plazo de concesión.
En un principio la luz fue fija.”
El faro se terminó de construir el 1ero. de marzo de 1860, así lo testimonia una losa adosada a la pared, junto a una de sus ventanas.
Durante veinte años tuvo la concesión de su explotación el propio constructor.
Según el Esc. Francisco Mesa el primer farero fue Eustaquio Monegal, “…que llegó a Punta del Este cuando solo estaba el Faro. Referencias históricas dicen que antiguamente desde ambos lados del faro continuaba, hasta llegar al mar, un cerco de piedra, formando un potrero, donde se tenía una majada de ovejas y algunas vacas para utilidad del farero y su familia. Imaginen el panorama. Aquí y así vivió Eustaquio Monegal hasta que enfermo debió dejar su puesto…”.
El 17 de noviembre de 1880, ante la caducidad del plazo de la concesión, el faro pasó al Estado.
A partir de 1899 el cargo de farero lo ocupó el catalán Juan Serra hasta 1918 que falleció. Así se expresaba una crónica de la época ante su
fallecimiento: “Don Juan Serra – Dejó de existir en esta localidad después de penosa enfermedad, el señor Juan Serra, antiguo Jefe del faro de este lugar. Su deceso prematuro aún, ha sugerido una dolorosa impresión en el vasto círculo de sus relaciones. Funcionario modesto, vecino honrado y bueno, padre amantísimo y amigo ejemplar, el señor Serra había conquistado la simpatía y respeto de cuantos le conocimos. Durante más de veinte años desempeñó la Jefatura del faro de este puerto, puesto en que lo sorprendió la muerte, y que aún anciano y enfermo continuaba desempeñando con devoción profunda y perseverancia inquebrantable, sin que en su alma se amortiguara ni un solo instante la aspiración sentida ni ante la crueldad de la enfermedad que minaba su organismo ni ante el avance de los años que jamás lograron envejecerlo moralmente. ¡Fue un mártir del deber!…”.
Muchas veces los fareros fueron testigos involuntarios de percances marítimos como el que se narra a continuación: una noche de 1903 Juan Serra se percató que un buque efectuaba numerosas señales, pidiendo auxilio con cohetes, luces de bengala, fuegos de color rojo y dos tiros de cañón por intervalo. Serra y otros habitantes de la Península tocaron a zafarrancho ya que en un principio pensaron que se trataba de un barco varado en el Bajo del Monarca de acuerdo a la marcación que daba el compás. En la mañana siguiente la Capitanía de Puerto se enteró que se trataba del cutter Varuna, propiedad del almirante argentino Soler, el que había fallecido a bordo en forma repentina. Sin embargo, el fuerte temporal reinante complica las cosas, y los remolcadores Huracán y Corsario se prestaron a remolcar al Varuna. Los patrones de los remolcadores enviaron a uno de sus marineros a bordo del Varuna. Este marino de nombre Luis Pirilam fue enviado para colaborar en las tareas de amarre con los remolcadores, con tanta mala suerte que una fuerte ola lo hizo perder el equilibrio y cayó al mar, junto con el cadáver del almirante Soler que estaba aferrado sobre la cubierta del cutter. “Afortunadamente las maderas a que estaba sujeto el contraalmirante cayeron con éste al mar, y Pirilam, asiéndose de ellas, pudo sostenerse a flote. Soltáronle un cabo y subió a bordo” Del remolcador “Huracán” se cayó al mar otro marinero, pero también fue salvado. Recuperados éstos se decidieron a rescatar el cadáver que se encontraba flotando adherido todavía al madero. Operación que efectuaron y fue puesto a bordo del “Huracán”.
Dos hermanos de Juan Serra, llamados Antonio y Vicente Serra, fueron fareros en la isla de Lobos.
En el faro hasta hubo un nacimiento. Efectivamente el 3 de diciembre de 1903, a la 1 y 35 de la mañana, nació un varón, hijo legítimo de Francisco Serra y María Tur, el que recibió el nombre de Juan. Se trataba de un nieto del farero Juan Serra, hijo de Francisco Serra quien sucedió a su padre en el cargo de jefe del Faro.
Según consignó el Esc. Francisco Mesa, Francisco Serra era “…hombre generoso, siempre dispuesto a colaborar en todas las manifestaciones e inquietudes del medio. El Faro era el punto de reunión de crecido número de turistas en las tardecitas a jugar a las cartas y contar detalles de la víspera…”. Falleció en agosto de 1940.
A éste le siguió Juan Riso y luego Bentancur (década del sesenta siglo XX).
Hacia fines de 1907 entró en vigencia la Ley que establecía el denominado “Impuestos de Faros”, que disponía que los barcos que arribaran a los puertos nacionales deberían pagar un impuesto de 3 centésimos oro por tonelada de registro si traían o llevaban carga y pasajeros, y de 15 milésimos si sólo desembarcaban o tomaban pasajeros.
En 1928 se realizó una ampliación del edificio anexo al Faro, donde se encontraban las habitaciones que ocupaban el farero y su familia, ya que las primitivas construcciones se extendían de oeste a este prolongándose hacia el sur (se trataba del dormitorio del encargado, depósito de herramientas, piezas para el alojamiento de los funcionarios, el escritorio u oficina del farero, el comedor y una gran cocina a carbón) y se desarrollaban sobre la calle No. 10, obstruyéndola. Fue así que en 1928 se demolieron las antiguas construcciones y se comenzó a usar el nuevo edificio.
Durante décadas constituyó un paseo obligado en Punta del Este el ascenso al Faro, los turistas escalaban los 144 escalones hasta la cima, y luego dejaban sus impresiones registradas en un Libro de Recuerdos. Dicho libro o álbum fue puesto a disposición del público visitante por primera vez por Juan Serra en 1905 y su utilización se prologó aproximadamente hasta 1930. En dicho álbum dejaron sus impresiones escritas muchos de los asistentes a Punta del Este que, ineludiblemente, visitaban el faro. Resulta un dato interesante saber quiénes eran aquellos primeros visitantes. Los primeros firmantes se refieren tanto a la hospitalidad del farero como a las bellezas naturales que se veían desde la cima del faro. Muchos de estos visitantes se hospedaban en el propio faro (a tales efectos se acondicionaba una cama en la oficina) y dejaban estampada su agradecimiento por la hospitalidad recibida. Las fechas, generalmente, consignadas eran en enero, febrero o marzo, es decir coincidían con la época estival.
El primer pensamiento que no refleja agradecimiento por el hospedaje es el de María Margarita Figari y Legrand (11 de enero de 1907) y dice así: “Que nada ni un viento como la peste
Derribe al faro de Punta del Este
Que siempre eleve con arrogancia
Y se distinga a inmensa distancia.”
Ese mismo año (29 de marzo de 1907) Camilo Guani, quien era el gerente del Biarritz Hotel, escribió un pensamiento que resultaría profético: “esperamos que la luz del faro de Punta del Este alumbre en breves años la primera ciudad balnearia de la América del Sur”.
Ramón Leiguarda, que era un médico español con sanatorio en Buenos Aires y asiduo veraneante de Punta del Este, escribió el 23 de enero de 1908: “Faro de Punta del Este. Como todo lo que es susceptible de perfeccionamiento, desaparecerás. Sé que te causa envidia tu vecino (el de Lobos) por los fuertes destellos que lanza y que tú interpretas como maliciosas y burlescas guiñadas. No te apures. Ni el que te suceda ni tu envidiado serán tan visibles ni tan artísticos como tú eres de día”.
Manuel Mendoza Garibay, reconocido rematador público, en 1908, profetizó: “El valor urbano en el balneario irá en aumento. El faro no tiene precio.”
También profético resultó el mensaje de Jacinto Laguna del 18 de marzo de 1909: “La luz del faro de Punta del Este me ha hecho la impresión de una alborada que anuncia el despertar del progreso del país.”
Así en el álbum aparecen gran cantidad de pensamientos, pero también sólo firmas, como es el caso de Pablo de María, Julio Rey Pastor, Pedro Figari, Julio María Sosa, Alberto Hardoy, Juan Carlos Blanco, Luisa Luisi, Virgilio Sampognaro, Luis Gerabelli, Alfredo Mario Ferreira, Horacio García Lagos, Juan José Victorica, Walter Hill. Y hasta aparece un retrato a lápiz del farero de autoría de Pedro Blanes Viale.
También existen las firmas del capitán del vapor “Eolo”, de oficiales de navíos ingleses, los cadetes navales argentinos del “Almirante Brown”, navegantes brasileños, etc. También hay firmas de visitantes españoles, franceses, alemanes y hasta japoneses.
En 1920 Teresa Santos de Bosch dejaba sus impresiones en los Anales de la Revista Nacional: “…Días pasados subí al faro que es de piedra, en forma de torre, tiene veinticinco metros de altura, ciento cuarenta y cuatro escalones, estando a cuarenta y cuatro metros sobre el mar, su luz blanca y fija, desde allí mis ojos contemplaron el más grandioso panorama que me ha sido dado admirar convenciéndome de que no existe nada tan original y tan hermoso como esta península que entra audazmente en el mar para recibir el abrazo de sus aguas azules que, en la “Playa Brava” rompen en olas espumosas y en la “Playa Mansa” languidecen dulcemente! Allá la inmensidad imponente y misteriosa del mar; del lado opuesto el paisaje risueño del balneario… más lejos los grandes plantíos de pinos marítimos que se extienden formando manchas verde oscuro que rompen la monotonía de los arenales sin fin… limitando el horizonte, sierras agrisadas que encuadran hermosamente la imagen que queda para siempre en la retina y en el corazón porque es la imagen de la Patria que se nos ofrece en toda la magnitud de su tan incomprendida como generosa y magnífica belleza.”.
Según consigna el Esc. Juan Antonio Varese el aparato lumínico actual es de marca L. Santer & Cía, A.P. París Construction. Es de segundo orden, fijo, distancia focal 700 mm. Y altura focal del prisma de 900 mm. El prisma se compone de 13 lentes dióptricos centrales, 12 catadióptricos superiores y 5 catadióptricos inferiores. La altura del prisma es de 2,10 metros. La altura focal es de 44 metros. La fuente lumínica está compuesta por un destellador con una lámpara de 300 watts-220 voltios que da un alcance lumínico de 20 millas. Su destello es blanco cada 8 segundos, luz de 0,5 segundos y eclipse de 7,5 segundos. Posee asimismo un equipo auxiliar de generación propio.
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