Símbolo de la ciudad, creció con ella en silencio y se convirtió en una leyenda de hormigón. Pero el principio supo de soledades, pueblos perdidos y balsas lentas. Al puente le cantó el poeta Pablo Neruda y hoy es el paso obligado del progreso que no se detiene hacia el Este.
Lleva la ciudad sobre su espalda. Literalmente la lleva. Literalmente une los territorios esteños con esa ondulación conocida y, no por eso, menos sorprendente. Con esa grandeza de quienes saben cumplir con su destino. El puente de La Barra de Maldonado no es sólo un puente. Se trata del símbolo de Punta del Este: su emblema y su lema.
Creció al calor del pujante devenir de la ciudad. Se hizo grande y mundialmente conocido junto con ella, al punto que es imposible hoy pensar al uno sin el otro. Sin embargo, hubo tiempo que no hubo puente. Hubo un tiempo de balsa cruzando las aguas y de pueblito perdido y de silencio.
Hasta poco más de 1930, para llegar a las costas oceánicas ubicadas al este de la desembocadura del arroyo Maldonado se cruzaba su barra por balsa. La falta de un puente sólido se extendió hasta 1929. Fue en ese momento, durante la presidencia de Dr. Baltasar Brum, que se ordenó construir un puente de hormigón por el que llegaron a La Barra los primeros contingentes de turistas argentinos que se enamoraban del lugar.
Recién en 1934 se construyó el primer puente de madera sobre el arroyo Maldonado.
Poco a poco la barra se fue poblando, poco a poco quedó en la memoria las pequeñas edificaciones de la zona, propiedad de algunas familias de San Carlos, que como visionarios pioneros, optaron por tener su casa de verano en “La Barra” a donde accedían por tierra desde el norte.
Pero el primer puente de hormigón no duró mucho. Por años sólo sobrevivió un angosto puente de madera cuyos tablones crujían al paso de los autos, que se debían cruzar de a uno y simultáneamente no lo podían hacer en ambos sentidos. Una ondulación, si se quiere, en el progreso de la zona. Una ondulación, igual a las de los actuales puentes.
Sin embargo, de un modo casi imperceptible, las grandes extensiones de arena se fueron achicando, los médanos con pereza dieron paso a las nuevas casas. Y en la década del 60, la idea del puente emblemático fue tomando su forma.
Ocurrió luego de una visita que realizó el presidente del Consejo de Gobierno Eduardo Víctor Haedo junto con el poeta chileno Pablo Neruda. El político uruguayo encontró el nombre de un arquitecto que daría vida y sobre todo estilo al nuevo puente, Leonel Viera. Neruda encontró un poema:
“Lo canto,
porque no una pirámide
de obsidiana sangrienta,
ni una vacía cúpula sin dioses,
ni un monumento inútil de guerreros
se cumuló sobre la luz del río
sino este puente que hace honor al agua
ya que la ondulación de su grandeza
une dos soledades separadas
y no pretende ser sino un camino.”
La fuerza en las formas del puente original hicieron que, más allá de los criterios de ingenieros de vialidad, al momento de resolverse la construcción de un segundo puente paralelo, sólo se reprodujera, con otra tecnología, el famoso puente ondulado. Y desde fines de 1999 ambos conviven plenos de curvas.
La necesidad de este segundo puente no fue casual: el crecimiento de Punta del Este en general y de La Barra en particular fue el motivo que determinó su creación.
Es que los puentes de La Barra son los centinelas mudos que guardan la historia de la ciudad. Son los testigos privilegiados de esa zona esteña a la que hace menos de un siglo se accedía en balsa y hoy detenta mansiones que acarician el mar y tiene entre sus vecinos a reconocidas personalidades .