El paraje de Punta Ballena constituye uno de los paisajes más bonitos y pintorescos del Uruguay. Su hermosura se debe, sin lugar a dudas, a la magnífica naturaleza que lo rodea; pero también a la sabia acción del hombre que lo ha enriquecido.
A fines del siglo XIX y principios del XX comenzó la impresionante labor transformadora de don Antonio Lussich con la plantación de cientos de árboles de gran variedad de especies.
En 1945 llegó a Punta Ballena el Arq. Antonio Bonet a quien la Sociedad Anónima Punta Ballena le encomendó la urbanización del lugar. Antonio Bonet, nacido en Barcelona en 1913, se formó dentro de los lineamientos del vanguardista Movimiento Moderno. Dicha formación le imprimió un fuerte sentido de responsabilidad ética –propia del movimiento moderno- aspecto que se hizo notorio en su obra, y particularmente en su trabajo de urbanización para Punta Ballena.
En la realización de su proyecto se propuso determinados lineamientos: a) tomar el bosque y la playa como elementos primordiales, b) concebir el bosque como una unidad, evitando su parcelación geométrica, c) suplantar las calles perpendiculares por senderos, d) diferenciar las zonas de residencias de las zonas de uso público (estas últimas estratégicamente ubicadas), f) planificar grandes lotes para evitar la congestión urbana, g) efectuar una tala racional y estudiada.
Influenciado por plásticos como Dalí, Miró y Picasso, y recogiendo aspectos del modernismo catalán, el Arq. Bonet supo combinar el geometrismo modernista con la preocupación paisajística realizando una experiencia de trabajo totalizadora.
Al decir de Rafael Alberti en “El Bosque” de 1946: “…Cuando Antonio Bonet se instaló en la vieja casa del bosque, ya decidido el plan que le daba poderes para transformarlo, la primera pregunta que se asomó a sus ojos, no sin filo de miedo seguramente, fue: ¿cómo meterme en ese bosque, cómo penetrarlo, tocarlo sin dañarlo, sin herirlo en su maravilla?
Delante del bosque, tapado por su extensa espesura, se halla el mar, golpeando el cegador marfil de una playa de seis kilómetros. Árboles, arenas y olas. Hay que exaltar el bosque, haciéndolo visible por dentro, pero sin destruirlo; hacer que el océano mire su corazón y que éste a su vez pueda mirar su azul sin sacrificio de su oculta belleza. Las frías paralelas de las calles, la parcelación geométrica quitarían al bosque su lirismo…
Estamos tan sólo en uno de los lados del triángulo equilátero que traba toda la topografía de Punta Ballena: el de la playa. Los otros corresponden: uno, a la laguna del Sauce, y otro, a la sierra de la Ballena, cuya comba final, clavándose de pico en las olas, ha dado nombre geográfico a esta deslumbradora maravilla de la costa uruguaya. El arquitecto, el urbanista, acaba de salir victorioso del bosque, dejando ya su fresca umbría en condiciones de ser habitada…”.
Uno de los edificios más emblemáticos de la urbanización, también proyectado por el Arq. Bonet, fue la hostería La Solana del Mar, edificada en 1946. La construcción se halla profundamente compenetrada con la topografía del lugar. Dejemos que sea el propio Bonet quien nos ilustre sobre su obra: “…Me encontré con una duna existente entre el mar y el bosque y se me ocurrió utilizarla como elemento básico del proyecto. Le adosé una gran losa de hormigón que aunque arquitectónicamente es única, va dando dos niveles distintos debido a la fuerte pendiente del terreno. Interiormente quedaron definidos tres niveles ya que, caminando por la duna, se accede hasta el techo ajardinado donde se emplazó un sitio de juegos, una pista de baile y tabiques para contener el viento.
Aproveché estos tabiques para crear un efecto contradictorio con el racionalismo muy puro de aquel entonces.
En el frente se puede apreciar muy bien cómo contrasta la plasticidad libre de sus curvas con la gran fuerza de la línea horizontal de la losa y el inmenso mástil de iluminación.
Hay dos cosas más que quiero recordar de esta obra. La perfección en la ejecución del hormigón a la vista y los muros de piedra.
La piedra fue muy importante allí, porque ella introdujo una fuerte nota de neoplasticismo en la composición de las paredes. Al romper su horizontalidad, crean un elemento de sombra haciendo de cada muro casi una composición abstracta.
Es que la piedra, para mí, siempre ha sido un material importante, sobre todo cuando he podido unir la naturaleza con la arquitectura…”.
Otras de sus admirables y vanguardistas obras en Punta Ballena son: la casa Berlingieri (1947), la casa Booth (1948), la casa La Rinconada (1948), la casa Cuatrecases (1947), la casa La Gallarda (1945, ésta última ubicada en Punta del Este y perteneció al poeta español Rafael Alberti).